LA EDUCACIÓN ENCIERRA UN TESORO
Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI
(Compendio)
Miembros de la Comisión
Jacques Delors, Presidente
L a e d u c a c i ó n o l a u t o p í a n e c e s a r i a
Frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye
un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar
hacia los ideales de paz, libertad y justicia social. Al concluir sus
labores, la Comisión desea por tanto afirmar su convicción respecto a
la función esencial de la educación en el desarrollo continuo de la
persona y las sociedades, no como un remedio milagroso —el «Abrete
Sésamo» de un mundo que ha llegado a la realización de todos estos
ideales— sino como una vía, ciertamente entre otras pero más que
otras, al servicio de un desarrollo humano más armonioso, más
genuino, para hacer retroceder la pobreza, la exclusión, las
incomprensiones, las opresiones, las guerras, etc.
La Comisión desea compartir con el gran público esta convicción
mediante sus análisis, sus reflexiones y sus propuestas, en un
momento en que las políticas de educación son objeto de vivas
críticas o son relegadas, por razones económicas y financieras, a la
última categoría de prioridades.
Quizá no sea necesario recalcarlo, pero la Comisión ha pensado
ante todo en los niños y los adolescentes, en aquellos que el día de
mañana tomarán el relevo de las generaciones adultas, demasiado
inclinadas a concentrarse en sus propios problemas. La educación
es también un clamor de amor por la infancia, por la juventud que
tenemos que integrar en nuestras sociedades en el lugar que les
corresponde, en el sistema educativo indudablemente, pero también
en la familia, en la comunidad de base, en la nación. Hay que
recordar constantemente este deber elemental para que inclusive las
decisiones políticas, económicas y financieras lo tengan más en
cuenta. Parafraseando las palabras del poeta, el niño es el futuro del
hombre.
Al final de un siglo caracterizado por el ruido y la furia tanto como
por los progresos económicos y científicos —por lo demás repartidos
desigualmente—, en los albores de un nuevo siglo ante cuya perspectiva
la angustia se enfrenta con la esperanza, es imperativo que todos los
que estén investidos de alguna responsabilidad presten atención a los
objetivos y a los medios de la educación. La Comisión considera las
políticas educativas como un proceso permanente de enriquecimiento
de los conocimientos, de la capacidad técnica, pero también, y quizás
sobre todo, como una estructuración privilegiada de la persona y de las
relaciones entre individuos, entre grupos y entre naciones.
Al aceptar el mandato que les fue confiado, los miembros de la
Comisión adoptaron explícitamente esta perspectiva y, apoyados en
argumentos, destacaron la función central de la UNESCO, conforme a
la idea fundacional que se basa en la esperanza de un mundo mejor,
capaz de respetar los derechos del hombre y la mujer, practicar el
entendimiento mutuo y hacer del progreso del conocimiento un
instrumento de promoción del género humano, no de discriminación.
Sin duda para nuestra Comisión resultaba imposible superar el
obstáculo de la extraordinaria diversidad de las situaciones del
mundo a fin de llegar a análisis válidos para todos y a conclusiones
también aceptables por parte de todos.
Sin embargo, la Comisión trató de razonar dentro de un marco
prospectivo dominado por la mundialización, de seleccionar las
buenas preguntas que se nos plantean a todos, y de trazar algunas
orientaciones válidas a nivel nacional y a escala mundial.
El marco prospectivo
Este último cuarto de siglo ha estado marcado por notables
descubrimientos y progresos científicos, muchos países han salido
del subdesarrollo y el nivel de vida ha continuado su progresión con
ritmos muy diferentes según los países. Y, sin embargo, un
sentimiento de desencanto parece dominar y contrasta con las
esperanzas nacidas inmediatamente después de la última guerra
mundial.
Podemos entonces hablar de las desilusiones del progreso, en el
plano económico y social. El aumento del desempleo y de los
fenómenos de exclusión en los países ricos son prueba de ello y el
mantenimiento de las desigualdades de desarrollo en el mundo lo
confirma.1
(1. Según estudios de la UNCTAD, el ingreso medio de los «países menos adelantados» (560 millones de habitantes) está disminuyendo, y se situaría en 300 dólares anuales per cápita, en comparación con 906 dólares en los demás países en desarrollo y 21.598 dólares en los países industrializados.)
Desde luego, la humanidad es más consciente de las
amenazas que pesan sobre su medio ambiente natural, pero todavía no
se ha dotado de los medios para remediar esa situación, a pesar de
muchas reuniones internacionales, como la de Río, a pesar de graves
advertencias consecutivas a fenómenos naturales o a accidentes
tecnológicos. De todas formas, el «crecimiento económico a ultranza» no
se puede considerar ya el camino más fácil hacia la conciliación del
progreso material y la equidad, el respeto de la condición humana y del
capital natural que debemos transmitir en buenas condiciones a las
generaciones futuras.
¿Hemos sacado todas las conclusiones, tanto respecto a las
finalidades, las vías y los medios de un desarrollo duradero como
respecto a nuevas formas de cooperación internacional? ¡Ciertamente
no! Y éste será entonces uno de los grandes desafíos intelectuales y
políticos del próximo siglo.
Esta constatación no debe llevar a los países en desarrollo a
descuidar los motores clásicos del crecimiento, y concretamente el
indispensable ingreso en el mundo de la ciencia y la tecnología con
todo lo que ello implica de adaptación de las culturas y
modernización de las mentalidades.
Otro desencanto, otra desilusión para quienes vieron en el
final de la guerra fría la perspectiva de un mundo mejor y
pacificado. No basta repetir, para consolarse o encontrar
justificaciones, que la Historia es trágica. Todo el mundo lo sabe o
debería saberlo. Si la última gran guerra ocasionó 50 millones de
víctimas, cómo no recordar que desde 1945 ha habido unas 150
guerras que han causado 20 millones de muertos, antes y también
después de la caída del muro de Berlín. ¿Nuevos riesgos o riesgos
antiguos? Poco importa, las tensiones están latentes y estallan entre
naciones, entre grupos étnicos, o en relación con injusticias
acumuladas en los planos económico y social. Medir estos riesgos y
organizarse para prevenirlos es el deber de todos los dirigentes, en un
contexto marcado por la interdependencia cada vez mayor entre los
pueblos y por la mundialización de los problemas.
Pero, ¿cómo aprender a vivir juntos en la «aldea planetaria» si no
podemos vivir en las comunidades a las que pertenecemos por
naturaleza: la nación, la región, la ciudad, el pueblo, la vecindad? El
interrogante central de la democracia es si queremos y si podemos
participar en la vida en comunidad. Quererlo, no lo olvidemos, depende
del sentido de responsabilidad de cada uno. Ahora bien, si la
democracia ha conquistado nuevos territorios hasta hoy dominados por
el totalitarismo y la arbitrariedad, tiende a debilitarse donde existe
institucionalmente desde hace decenas de años, como si todo tuviera
que volver a comenzar continuamente, a renovarse y a inventarse de
nuevo.
¿Cómo podrían las políticas de la educación no sentirse aludidas
por estos tres grandes desafíos? ¿Cómo podría la Comisión no recalcar
en qué pueden estas políticas contribuir a un mundo mejor, a un
desarrollo humano sostenible, al entendimiento mutuo entre los
pueblos, a una renovación de la democracia efectivamente vivida?
Las tensiones que han de superarse
A este fin conviene afrontar, para superarlas mejor, las principales
tensiones que, sin ser nuevas, están en el centro de la problemática
del siglo XXI.
La tensión entre lo mundial y lo local: convertirse poco a poco
en ciudadano del mundo sin perder sus raíces y participando
activamente en la vida de la nación y las comunidades de base.
La tensión entre lo universal y lo singular: la mundialización de
la cultura se realiza progresivamente pero todavía parcialmente. De
hecho es inevitable, con sus promesas y sus riesgos, entre los cuales
no es el menor el de olvidar el carácter único de cada persona, su
vocación de escoger su destino y realizar todo su potencial, en la
riqueza mantenida de sus tradiciones y de su propia cultura,
amenazada, si no se presta atención, por las evoluciones que se están
produciendo.
La tensión entre tradición y modernidad pertenece a la misma
problemática: adaptarse sin negarse a sí mismo, edificar su autonomía
en dialéctica con la libertad y la evolución de los demás, dominar el
progreso científico. Con este ánimo conviene enfrentarse al desafío de
las nuevas tecnologías de la información.
La tensión entre el largo plazo y el corto plazo, tensión eterna pero
alimentada actualmente por un predominio de lo efímero y de la
instantaneidad, en un contexto en que la plétora de informaciones y
emociones fugaces conduce incesantemente a una concentración en los
problemas inmediatos. Las opiniones piden respuestas y soluciones
rápidas, mientras que muchos de los problemas encontrados necesitan
una estrategia paciente, concertada y negociada de reforma. Tal es
precisamente el caso de las políticas educativas.
La tensión entre la indispensable competencia y la preocupación
por la igualdad de oportunidades. Cuestión clásica, planteada desde
comienzo de siglo a las políticas económicas y sociales y a las
políticas educativas; cuestión resuelta a veces pero nunca en forma
duradera. Hoy, la Comisión corre el riesgo de afirmar que la presión
de la competencia hace olvidar a muchos directivos la misión de dar
a cada ser humano los medios de aprovechar todas sus
oportunidades. Esta constatación nos ha conducido, en el campo
que abarca este informe, a retomar y actualizar el concepto de
educación durante toda la vida, para conciliar la competencia que
estimula, la cooperación que fortalece y la solidaridad que une.
La tensión entre el extraordinario desarrollo de los
conocimientos y las capacidades de asimilación del ser humano. La
Comisión no resistió a la tentación de añadir nuevas disciplinas
como el conocimiento de sí mismo y los medios de mantener la salud
física y psicológica, o el aprendizaje para conocer mejor el medio
ambiente natural y preservarlo. Y sin embargo los programas
escolares cada vez están más recargados. Por tanto, será necesario
escoger, en una clara estrategia de reforma, pero a condición de
preservar los elementos esenciales de una educación básica que enseñe
a vivir mejor mediante el conocimiento, la experimentación y la
formación de una cultura personal.
Por último, la tensión entre lo espiritual y lo material, que también
es una constatación eterna. El mundo, frecuentemente sin sentirlo o
expresarlo, tiene sed de ideal y de valores que vamos a llamar morales
para no ofender a nadie. ¡Qué noble tarea de la educación la de suscitar
en cada persona, según sus tradiciones y sus convicciones y con pleno
respeto del pluralismo, esta elevación del pensamiento y el espíritu
hasta lo universal y a una cierta superación de sí mismo! La
supervivencia de la humanidad —la Comisión lo dice midiendo las
palabras— depende de ello.
Pensar y edificar nuestro futuro común
Nuestros contemporáneos experimentan una sensación de vértigo al
verse ante el dilema de la mundialización, cuyas manifestaciones ven
y a veces sufren, y su búsqueda de raíces, referencias y pertenencias.
La educación debe afrontar este problema porque se sitúa más que
nunca en la perspectiva del nacimiento doloroso de una sociedad
mundial, en el núcleo del desarrollo de la persona y las comunidades.
La educación tiene la misión de permitir a todos sin excepción hacer
fructificar todos sus talentos y todas sus capacidades de creación, lo
que implica que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y
realizar su proyecto personal.
Esta finalidad va más allá de todas las demás. Su realización,
larga y difícil, será una contribución esencial a la búsqueda de un
mundo más vivible y más justo. La Comisión desea recalcarlo
enfáticamente en un momento en que ciertas mentes se ven
embargadas por la duda respecto a las posibilidades que ofrece la
educación.
Por supuesto, hay otros muchos problemas que resolver. De ello
hablaremos más adelante. Pero este informe se redacta en un
momento en que la humanidad duda entre acompañar una evolución
que no se puede controlar o resignarse, ante tanta infelicidad causada
por la guerra, la criminalidad y el subdesarrollo. Ofrezcámosle otro
camino.
Todo convida entonces a revalorizar los aspectos éticos y culturales
de la educación, y para ello dar a cada uno los medios de comprender
al otro en su particularidad y comprender el mundo en su curso caótico
hacia una cierta unidad. Pero hace falta además empezar por
comprenderse a sí mismo en esta suerte de viaje interior jalonado por el
conocimiento, la meditación y el ejercicio de la autocrítica.
Este mensaje debe guiar toda la reflexión sobre la educación,
juntamente con la ampliación y la profundización de la cooperación
internacional con que terminarán estas conclusiones.
En esta perspectiva todo se ordena, ya se trate de las exigencias de
la ciencia y la técnica, del conocimiento de sí mismo y de su medio
ambiente, o de la creación de capacidades que permitan a cada uno
actuar como miembro de una familia, como ciudadano o como
productor.
Esto significa que la Comisión no subestima de ninguna manera la
función central de la materia gris y de la innovación, el paso a una
sociedad cognoscitiva, los procesos endógenos que permiten
acumular los conocimientos, añadir nuevos descubrimientos,
ponerlos en aplicación en los diferentes campos de actividad
humana, tanto la salud y el medio ambiente como la producción de
bienes y servicios. También conoce los límites, cuando no los
fracasos, de los esfuerzos por transferir las tecnologías a los países
más desprovistos, precisamente a causa del carácter endógeno de
los mecanismos de acumulación y de aplicación de los
conocimientos. De ahí la necesidad, entre otras, de una iniciación
temprana a la ciencia, a sus formas de aplicación, al difícil esfuerzo
por dominar el progreso dentro del respeto de la persona humana y
su integridad. Aquí también debe estar presente la preocupación
ética.
Esto también significa recordar que la Comisión es consciente de
las misiones que debe cumplir la educación al servicio del desarrollo
económico y social. Demasiado frecuentemente se responsabiliza del
desempleo al sistema de formación. La constatación es sólo
parcialmente justa y, sobre todo, no debe ocultar las demás exigencias
políticas, económicas y sociales que hay que satisfacer para realizar el
pleno empleo o permitir el despegue de las economías subdesarrolladas.
Ahora bien, la Comisión piensa, volviendo al tema de la educación, que
un sistema más flexible que permita la diversidad de estudios, pasarelas
entre diversos campos de enseñanza o entre una experiencia profesional
y un regreso a la formación constituye una respuesta válida a las
cuestiones planteadas por la inadecuación entre la oferta y la demanda
de trabajo. Un sistema así permitiría también reducir el fracaso escolar,
causante de un tremendo despilfarro de recursos humanos que todo el
mundo debe medir.
Pero estas mejoras deseables y posibles no dispensarán de la
necesidad de innovación intelectual y de la aplicación de un modelo de
desarrollo sostenible de acuerdo con las características propias de cada
país. Todos debemos convencernos de que con los progresos actuales
y esperados de la ciencia y la técnica y la creciente importancia de lo
cognoscitivo y lo inmaterial en la producción de bienes y servicios,
conviene reconsiderar el lugar del trabajo y sus diferentes estatutos
en la sociedad de mañana. La imaginación humana, precisamente
para crear esta sociedad, debe adelantarse a los progresos
tecnológicos si queremos evitar que se agraven el desempleo y la
exclusión social o las desigualdades en el desarrollo.
Por todas estas razones, nos parece que debe imponerse el
concepto de educación durante toda la vida con sus ventajas de
flexibilidad, diversidad y accesibilidad en el tiempo y el espacio.
Es la idea de educación permanente lo que ha de ser al mismo
tiempo reconsiderado y ampliado, porque además de las necesarias
adaptaciones relacionadas con las mutaciones de la vida profesional,
debe ser una estructuración continua de la persona humana, de su
conocimiento y sus aptitudes, pero también de su facultad de juicio y
acción. Debe permitirle tomar conciencia de sí misma y de su medio
ambiente e invitarla a desempeñar su función social en el trabajo y la
ciudad.
Se ha podido evocar a este respecto la necesidad de dirigirse hacia
«una sociedad educativa». Es verdad que toda la vida personal y social
puede ser objeto de aprendizaje y de acción. Grande es entonces la
tentación de privilegiar este aspecto de las cosas para recalcar el
potencial educativo de los medios modernos de comunicación o de la
vida profesional, o de las actividades culturales y de esparcimiento,
hasta el punto de olvidar por eso algunas verdades esenciales. Porque,
si bien hay que aprovechar todas estas posibilidades de aprender y
perfeccionarse, no es menos cierto que para poder utilizar bien ese
potencial la persona debe poseer todos los elementos de una educación
básica de calidad. Más aún, es deseable que la escuela le inculque más
el gusto y el placer de aprender, la capacidad de aprender a aprender, la
curiosidad del intelecto. Imaginémonos incluso una sociedad en que
cada uno sería alternativamente educador y educando.
Para ello, nada puede reemplazar al sistema formal de educación en
que cada uno se inicia en las materias del conocimiento en sus diversas
formas. Nada puede sustituir a la relación de autoridad, pero también
de diálogo, entre el maestro y el alumno. Todos los grandes
pensadores clásicos que han estudiado el problema de la educación lo
han dicho y lo han repetido. Es el maestro quien ha de transmitir al
alumno lo que la humanidad ha aprendido sobre si misma y sobre la
naturaleza, todo lo que ha creado e inventado de esencial.
Implantar la educación durante toda la
vida en el seno de la sociedad
La educación durante toda la vida se presenta como una de las
llaves de acceso al siglo XXI. Esta noción va más allá de la distinción
tradicional entre educación básica y educación permanente, y
responde al reto de un mundo que cambia rápidamente. Pero esta
afirmación no es nueva, puesto que en anteriores informes sobre
educación ya se destacaba la necesidad de volver a la escuela para
poder afrontar las novedades que surgen en la vida privada y en la
vida profesional. Esta necesidad persiste, incluso se ha acentuado, y la
única forma de satisfacerla es que todos aprendamos a aprender.
Pero además surge otra obligación que, tras el profundo cambio de
los marcos tradicionales de la existencia, nos exige comprender mejor
al otro, comprender mejor el mundo. Exigencias de entendimiento
mutuo, de diálogo pacífico y, por qué no, de armonía, aquello de lo
cual, precisamente, más carece nuestra sociedad.
Esta posición lleva a la Comisión a insistir especialmente en uno de
los cuatro pilares presentados e ilustrados como las bases de la
educación. Se trata de aprender a vivir juntos conociendo mejor a los
demás, su historia, sus tradiciones y su espiritualidad y, a partir de ahí,
crear un espíritu nuevo que impulse la realización de proyectos
comunes o la solución inteligente y pacífica de los inevitables
conflictos, gracias justamente a esta comprensión de que las relaciones
de interdependencia son cada vez mayores y a un análisis compartido
de los riesgos y retos del futuro. Una utopía, pensarán, pero una utopía
necesaria, una utopía esencial para salir del peligroso ciclo
alimentado por el cinismo o la resignación.
En efecto, la Comisión piensa en una educación que genere y sea
la base de este espíritu nuevo, lo que no quiere decir que haya
descuidado los otros tres pilares de la educación que, de alguna
forma, proporcionan los elementos básicos para aprender a vivir
juntos.
Lo primero, aprender a conocer. Pero, teniendo en cuenta los
rápidos cambios derivados de los avances de la ciencia y las
nuevas formas de la actividad económica y social, conviene
compaginar una cultura general suficientemente amplia con la
posibilidad de estudiar a fondo un número reducido de materias.
Esta cultura general sirve de pasaporte para una educación
permanente, en la medida en que supone un aliciente y sienta además
las bases para aprender durante toda la vida.
También, aprender a hacer. Conviene no limitarse a conseguir el
aprendizaje de un oficio y, en un sentido más amplio, adquirir una
competencia que permita hacer frente a numerosas situaciones,
algunas imprevisibles, y que facilite el trabajo en equipo, dimensión
demasiado olvidada en los métodos de enseñanza actuales. En
numerosos casos esta competencia y estas calificaciones se hacen más
accesibles si alumnos y estudiantes cuentan con la posibilidad de
evaluarse y de enriquecerse participando en actividades profesionales o
sociales de forma paralela a sus estudios, lo que justifica el lugar más
relevante que deberían ocupar las distintas posibilidades de alternancia
entre la escuela y el trabajo.
Por último, y sobre todo, aprender a ser. Este era el tema dominante
del informe Edgar Faure publicado en 1972 bajo los auspicios de la
UNESCO. Sus recomendaciones conservan una gran actualidad, puesto
que el siglo XXI nos exigirá una mayor autonomía y capacidad de juicio
junto con el fortalecimiento de la responsabilidad personal en la
realización del destino colectivo. Y también, por otra obligación
destacada por este informe, no dejar sin explorar ninguno de los
talentos que, como tesoros, están enterrados en el fondo de cada
persona. Citemos, sin ser exhaustivos, la memoria, el raciocinio, la
imaginación, las aptitudes físicas, el sentido de la estética, la facilidad
para comunicar con los demás, el carisma natural del dirigente, etc.
Todo ello viene a confirmar la necesidad de comprenderse mejor a
uno mismo.
La Comisión se ha hecho eco de otra utopía: la sociedad
educativa basada en la adquisición, la actualización y el uso de los
conocimientos. Estas son las tres funciones que conviene poner de
relieve en el proceso educativo. Mientras la sociedad de la
información se desarrolla y multiplica las posibilidades de acceso
a los datos y a los hechos, la educación debe permitir que todos
puedan aprovechar esta información, recabarla, seleccionarla,
ordenarla, manejarla y utilizarla.
Por consiguiente, la educación tiene que adaptarse en todo
momento a los cambios de la sociedad, sin dejar de transmitir por ello
el saber adquirido, los principios y los frutos de la experiencia.
Por último, ¿qué hacer para que, ante esta demanda cada vez
mayor y más exigente, las políticas educativas alcancen el objetivo de
una enseñanza a la vez de calidad y equitativa? La Comisión se ha
planteado estas cuestiones con respecto a los estudios universitarios,
los métodos y los contenidos de la enseñanza como condiciones
necesarias para su eficacia.
Reconsiderar y unir las distintas etapas
de la educación
Al centrar sus propuestas en torno al concepto de educación durante
toda la vida, la Comisión no ha querido decir con ello que este salto
cualitativo dispensara de una reflexión sobre las distintas etapas de la
enseñanza. Al contrario, se proponía confirmar ciertas grandes
orientaciones definidas por la UNESCO, por ejemplo la importancia
vital de la educación básica y, al mismo tiempo, dar pie a una revisión
de las funciones desempeñadas por la enseñanza secundaria, o incluso
responder a los interrogantes que inevitablemente plantea la evolución
de la enseñanza superior y, sobre todo, el fenómeno de la
masificación.
La educación durante toda la vida permite, sencillamente, ordenar
las distintas etapas, preparar las transiciones, diversificar y valorizar
las trayectorias. De esta forma, saldríamos del terrible dilema que se
plantea entre seleccionar, y con ello multiplicar el fracaso escolar y
los riesgos de exclusión, o igualar, pero en detrimento de la
promoción de personas con talento.
Estas reflexiones no restan nada a lo que se definió tan bien
durante la Conferencia de Jomtien en 1990 sobre la educación
básica y sobre las necesidades básicas de aprendizaje:
«Estas necesidades abarcan tanto las herramientas esenciales
para el aprendizaje (como la lectura y la escritura, la expresión oral,
el cálculo, la solución de problemas) como los contenidos básicos del
aprendizaje (conocimientos teóricos y prácticos, valores y actitudes)
necesarios para que los seres humanos puedan sobrevivir, desarrollar
plenamente sus capacidades, vivir y trabajar con dignidad, participar
plenamente en el desarrollo, mejorar la calidad de su vida, tomar
decisiones fundamentadas y continuar aprendiendo».
Esta enumeración puede parecer impresionante y, de hecho, lo es.
Pero de eso no se ha de inferir que lleve a una acumulación excesiva
de programas. La relación entre profesor y alumno, el conocimiento del
medio en el que viven los niños, un buen uso de los modernos medios
de comunicación allá donde existen, todo ello puede contribuir al
desarrollo personal e intelectual del alumno. Aquí, los conocimientos
básicos, lectura, escritura y cálculo, tendrán su pleno significado. La
combinación de la enseñanza tradicional con enfoques extraescolares
tiene que permitir al niño acceder a las tres dimensiones de la
educación, es decir, la ética y cultural, la científica y tecnológica, y la
económica y social.
Dicho de otro modo, la educación es también una experiencia
social, en la que el niño va conociéndose, enriqueciendo sus relaciones
con los demás, adquiriendo las bases de los conocimientos teóricos y
prácticos. Esta experiencia debe iniciarse antes de la edad escolar
obligatoria según diferentes formas en función de la situación, pero las
familias y las comunidades locales deben involucrarse.
A esta altura hay que añadir dos observaciones, que son
importantes en opinión de la Comisión.
La educación básica tiene que llegar, en todo el mundo, a los 900
millones de adultos analfabetos, a los 130 millones de niños sin
escolarizar y a los más de 100 millones de niños que abandonan la
escuela antes de tiempo. A ellos deben dirigirse de forma
prioritaria las actividades de asistencia técnica y de
coparticipación en el marco de la cooperación internacional.
La educación básica es un problema que se plantea,
lógicamente, en todos los países, incluidos los industrializados.
Desde este nivel de la educación, los contenidos tienen que fomentar
el deseo de aprender, el ansia y la alegría de conocer y, por lo tanto,
el afán y las posibilidades de acceder más tarde a la educación
durante toda la vida.
Llegamos así a lo que representa una de las principales dificultades
de toda reforma, es decir, cuál es la política que se debe llevar a cabo
con respecto a los jóvenes y adolescentes que acaban la enseñanza
primaria, durante todo el periodo que transcurre hasta su entrada en la
vida profesional o en la universidad. ¿Nos atreveríamos a decir que
estos tipos de enseñanza llamada secundaria son, en cierto sentido, los
«impopulares» de la reflexión sobre la educación? De hecho, son objeto
de innumerables críticas y generan buen número de frustraciones.
Entre los factores que perturban se pueden citar las necesidades en
aumento y cada vez más diversificadas de formación, que desembocan
en un rápido crecimiento del número de alumnos y en un
atascamiento de los programas. Aquí está el origen de los clásicos
problemas de masificación, que los países poco desarrollados tienen
gran dificultad en resolver tanto en el plano financiero como de
organización. También se puede citar la angustia del egreso o de las
salidas, angustia que aumenta la obsesión de acceder a la enseñanza
superior, como si se estuviese jugando a todo o nada. El desempleo
generalizado que existe en muchos países no hace más que agravar
este malestar. La Comisión destacó lo preocupante de una evolución
que lleva, en medios rurales y urbanos, en países en vías de
desarrollo e industrializados, no sólo al desempleo sino también al
subempleo de los recursos humanos.
En opinión de la Comisión, sólo se puede salvar esta dificultad
mediante una diversificación muy amplia en la oferta de
trayectorias. Esta orientación se corresponde con una de las
principales preocupaciones de la Comisión, que consiste en valorar
los talentos de todo tipo, de forma que se limite el fracaso escolar
y se evite el sentimiento de exclusión y de falta de futuro a un
grupo de adolescentes demasiado numeroso.
Entre las distintas vías que se ofrecen deberían figurar las ya
tradicionales, más orientadas hacia la abstracción y la
conceptualización, pero también las que, enriquecidas por una
alternancia entre la escuela y la vida profesional o social, permiten
sacar a la luz otro tipo de talentos y gustos. En cualquier caso habría
que tender puentes entre esas vías, de manera que se pudieran corregir
los errores de orientación que con harta frecuencia se cometen.
Por lo demás, y en opinión de la Comisión, la perspectiva de poder
regresar a un ciclo educativo o de formación modificaría el clima
general, al garantizar al adolescente que su suerte no está echada
definitivamente entre los 14 y los 20 años.
Desde este mismo punto de vista habrá que ver asimismo la
enseñanza superior. Lo primero que hay que señalar es que, junto a la
universidad, existen en muchos países otro tipo de centros de enseñanza
superior. Unos se dedican a seleccionar a los mejores, otros se han
creado para impartir una formación profesional muy concreta y de
calidad durante ciclos de dos a cuatro años. Sin duda esta
diversificación responde a las necesidades de la sociedad y la economía,
expresadas a nivel nacional y regional.
Respecto a la masificación que se observa en los países más ricos,
no puede haber una solución política y socialmente aceptable en una
selección cada vez más severa. Uno de los principales defectos de esta
orientación es que son muchos los jóvenes de ambos sexos que se ven
excluidos de la enseñanza antes de haber conseguido una titulación
reconocida y, por lo tanto, en una situación desesperante, puesto que
no cuentan ni con la ventaja de una titulación ni con la
compensación de una formación adaptada a las necesidades del
mercado de trabajo.
Hace falta, por consiguiente, una gestión del desarrollo de los
recursos humanos, aunque tenga un alcance limitado, mediante
una reforma de la enseñanza secundaria que adopte las grandes
líneas propuestas por la Comisión.
La universidad podría contribuir a esta reforma diversificando
su oferta:
• como lugar de ciencia y fuente de conocimiento que llevan a la
investigación teórica o aplicada, o a la formación de profesores;
• como medio de adquirir calificaciones profesionales conforme a
unos estudios universitarios y unos contenidos adaptados
constantemente a las necesidades de la economía, en los que se aúnen
los conocimientos teóricos y prácticos a un alto nivel;
• como plataforma privilegiada de la educación durante toda la vida,
al abrir sus puertas a los adultos que quieran reanudar los estudios,
adaptar y enriquecer sus conocimientos o satisfacer sus ansias de
aprender en todos los ámbitos de la vida cultural;
• como interlocutor privilegiado en una cooperación internacional
que permita el intercambio de profesores y estudiantes, y facilite la
difusión de la mejor enseñanza mediante cátedras internacionales.
De esta forma la universidad superaría la oposición que enfrenta
erróneamente la lógica de la administración pública y la del mercado
de trabajo. Además encontraría de nuevo el sentido de su misión
intelectual y social en la sociedad, siendo en cierto modo una de las
instituciones garantes de los valores universales y del patrimonio
cultural. La Comisión cree que éstas son razones pertinentes para
abogar en favor de una mayor autonomía de las universidades.
La Comisión, al formular estas propuestas, destaca que esta
problemática reviste una dimensión especial en las naciones pobres,
donde las universidades deben desempeñar un papel determinante.
Para examinar las dificultades que se les presentan en la actualidad,
aprendiendo de su propio pasado, las universidades de los países en
desarrollo tienen la obligación de realizar una investigación que
pueda contribuir a resolver sus problemas más graves. Les
corresponde, además, proponer nuevos enfoques para el desarrollo
que permitan a sus países construir un futuro mejor de forma
efectiva. También es de su incumbencia formar, tanto en el ámbito
profesional como en el técnico, a las futuras élites y los titulados
de grado superior y medio que sus países necesitan para lograr
salir de los ciclos de pobreza y subdesarrollo en los que se
encuentran atrapados actualmente. Conviene, sobre todo, diseñar
nuevos modelos de desarrollo en función de cada caso particular,
para regiones como el Africa subsahariana, como ya se hizo para los
países del Asia Oriental.
Aplicar con éxito las estrategias
de la reforma
Sin subestimar la gestión de las obligaciones a corto plazo ni descuidar
la necesidad de adaptarse a los sistemas existentes, la Comisión desea
hacer hincapié en la importancia de adoptar un enfoque a más largo
plazo para llevar a cabo con éxito las indispensables reformas. Por esa
misma razón, previene sobre el hecho de que demasiadas reformas en
serie anulan el objetivo perseguido, ya que no dan al sistema el tiempo
necesario para impregnarse del nuevo espíritu y lograr que todos los
agentes de la reforma estén en condiciones de participar en ella.
Además, como demuestran los fracasos anteriores, muchos
reformadores adoptan un enfoque demasiado radical o excesivamente
teórico y no capitalizan las útiles enseñanzas que deja la experiencia o
rechazan el acervo positivo heredado del pasado. Ello perturba a los
docentes, los padres y los alumnos y, por consiguiente, condiciona su
disposición a aceptar y, ulteriormente, llevar a la práctica la reforma.
Tres agentes principales coadyuvan al éxito de las reformas
educativas: en primer lugar, la comunidad local y, sobre todo, los
padres, los directores de los establecimientos de enseñanza y los
docentes; en segundo lugar, las autoridades públicas y, por último, la
comunidad internacional. En el pasado, la falta de un compromiso
firme por parte de alguno de los protagonistas mencionados provocó
no pocas exclusiones. Resulta evidente, además, que los intentos de
imponer las reformas educativas desde arriba o desde el exterior
fueron un fracaso rotundo. Los países en los que este proceso se vio
coronado por el éxito en mayor o menor grado son aquéllos que
lograron una participación entusiasta de las comunidades locales,
los padres y los docentes, sustentada por un diálogo permanente
y por diversas formas de ayuda externa, tanto financiera como
técnica y profesional. En toda estrategia de aplicación satisfactoria
de una reforma es clara la primacía de la comunidad local.
La participación de la comunidad local en la evaluación de las
necesidades, mediante un diálogo con las autoridades públicas y los
grupos interesados dentro de la sociedad, es una primera etapa
fundamental para ampliar el acceso a la educación y para mejorarla.
La continuación de este diálogo a través de los medios de
comunicación, en debates dentro de la comunidad y mediante la
educación y la formación de los padres, así como la capacitación de
los docentes en el empleo, suele contribuir a una mayor toma de
conciencia e incrementa el discernimiento y el desarrollo de las
capacidades endógenas en el nivel comunitario. Cuando las
comunidades asumen más responsabilidades en su propio desarrollo
aprenden a valorar la función de la educación, concebida a la vez como
un medio para alcanzar determinados objetivos sociales y como una
mejora deseable de la calidad de la vida.
En ese sentido, la Comisión destaca la conveniencia de una
descentralización inteligente, que permita incrementar la
responsabilidad y la capacidad de innovación de cada establecimiento
escolar.
En todo caso, ninguna reforma dará resultados positivos sin la
participación activa del cuerpo docente. Por esa razón, la Comisión
recomienda que se preste una atención prioritaria a la situación social,
cultural y material de los educadores.
Se exige mucho al docente, incluso demasiado, cuando se espera
que colme las carencias de otras instituciones también responsables
de la enseñanza y la formación de los jóvenes. Mucho se le pide,
mientras que el mundo exterior entra cada vez más en la escuela, en
particular a través de los nuevos medios de información y
comunicación. Así pues, el maestro se encuentra ante jóvenes
menos apoyados por las familias o los movimientos religiosos pero
más informados. Por consiguiente, debe tener en cuenta ese nuevo
contexto para hacerse escuchar y comprender por los jóvenes,
para despertar en ellos el deseo de aprender y para hacerles ver
que la información no es conocimiento, que éste exige esfuerzo,
atención, rigor y voluntad.
Con o sin razón, el maestro tiene la impresión de estar solo, no
únicamente porque ejerce una actividad individual, sino debido a las
expectativas que suscita la enseñanza y a las críticas, muchas veces
injustas, de que es objeto. Ante todo, desea que se respete su dignidad.
Por otra parte, la mayoría de los docentes pertenecen a organizaciones
sindicales a menudo poderosas y en las que existe —por qué negarlo—
un espíritu corporativo de defensa de sus intereses. Sin embargo, es
necesario intensificar y dar una nueva perspectiva al diálogo entre la
sociedad y los docentes, así como entre los poderes públicos y sus
organizaciones sindicales.
Debemos reconocer que no es fácil renovar la naturaleza de dicho
diálogo, pero es indispensable para disipar el sentimiento de aislamiento
y de frustración del docente, lograr la aceptación de los cuestionamientos
actuales y hacer que todos contribuyan al éxito de las
indispensables reformas.
En ese contexto, convendría añadir algunas recomendaciones
relativas al contenido de la formación de los docentes, a su pleno acceso
a la formación permanente, a la revalorización de la condición de los
maestros responsables de la educación básica y a una presencia más
activa de los docentes en los medios sociales desasistidos y marginados,
donde podrían contribuir a una mejor inserción de los adolescentes y
los jóvenes en la sociedad.
Es éste también un alegato en favor de que se dote al sistema de
enseñanza no sólo de maestros y profesores adecuadamente formados,
sino también de los elementos necesarios para impartir una
enseñanza de calidad: libros, medios de comunicación modernos,
entorno cultural y económico de la escuela, etc.
Consciente de las realidades de la educación actual, la Comisión
hizo particular hincapié en la necesidad de disponer de medios
cualitativos y cuantitativos de enseñanza, tradicionales (como los
libros) o nuevos (como las tecnologías de la información), que
conviene utilizar con discernimiento y promoviendo la
participación activa de los alumnos. Por su parte, los docentes
deberían trabajar en equipo, sobre todo en el nivel de enseñanza
secundaria, principalmente para contribuir a la indispensable
flexibilidad de los programas de estudio. Ello evitará muchos
fracasos, pondrá de manifiesto algunas cualidades naturales de los
alumnos y, por consiguiente, facilitará una mejor orientación de los
estudios y la trayectoria de cada uno, según el principio de una
educación impartida a lo largo de toda la vida.
Considerado desde este punto de vista, el mejoramiento del sistema
educativo obliga al político a asumir plenamente su responsabilidad.
En efecto, ya no puede comportarse como si el mercado fuera capaz de
corregir por sí solo los defectos existentes o como si una especie de
autorregulación bastara para hacerlo.
La Comisión ha hecho tanto más hincapié en la permanencia de los
valores, las exigencias del futuro y los deberes del docente y la sociedad
cuanto que cree en la importancia del responsable político. Unicamente
él, tomando en consideración todos los elementos, puede plantear los
debates de interés general que son vitales para la educación. Es que este
asunto nos interesa a todos, ya que en él se juega nuestro futuro y que,
justamente, la educación puede contribuir a mejorar la suerte de todos
y cada uno de nosotros.
Y ello, inevitablemente, nos lleva a poner de relieve la función de
las autoridades públicas, encargadas de plantear claramente las
opciones y, tras una amplia concertación con todos los interesados,
definir una política pública que, sean cuales fueren las estructuras del
sistema (públicas, privadas o mixtas), trace las orientaciones, siente
las bases y los ejes de aquél y establezca su regulación introduciendo
las adaptaciones necesarias.
Por supuesto, todas las decisiones adoptadas en ese contexto
tienen repercusiones financieras. La Comisión no subestima este
factor. Pero, sin adentrarse en la compleja diversidad de los
sistemas, considera que la educación es un bien colectivo al que
todos deben poder acceder. Una vez admitido ese principio, es
posible combinar fondos públicos y privados, según diversas
fórmulas que tomen en consideración las tradiciones de cada país,
su nivel de desarrollo, estilos de vida y distribución de ingresos.
De todas maneras, en todas las decisiones que se adopten debe
predominar el principio de la igualdad de oportunidades.
Durante los debates mencioné una solución más radical. Habida
cuenta de que poco a poco la educación permanente irá ganando
terreno, podría estudiarse la posibilidad de atribuir a cada joven que
está por comenzar su escolaridad un «crédito-tiempo», que le diera
derecho a cierto número de años de enseñanza. Su crédito se
consignaría en una cuenta en una institución que, de alguna forma,
administraría un capital de tiempo elegido por cada uno con los
recursos financieros correspondientes. Cada persona podría disponer de
ese capital, según su experiencia escolar y su propia elección. Podría
conservar una parte del mismo para, una vez terminada su vida escolar
y siendo ya adulto, poder aprovechar las posibilidades de la formación
permanente. También podría aumentar su capital mediante
contribuciones financieras —una especie de ahorro previsional dedicado
a la educación— que se acreditarían en su cuenta del «banco del tiempo
elegido». Tras un pormenorizado debate, la Comisión respaldó esta idea,
no sin percatarse de sus posibles derivas, que podrían ir incluso en
detrimento de la igualdad de oportunidades. Por esa razón, en la
situación actual, podría otorgarse a título experimental un créditotiempo
para la educación al finalizar el periodo de escolarización
obligatoria, que permitiría al adolescente elegir la orientación que
desee sin hipotecar su futuro.
Pero en resumidas cuentas, si tras la etapa fundamental que
constituyó la Conferencia de Jomtien sobre Educación para Todos
fuera necesario definir una urgencia, deberíamos concentrarnos sin
duda en la enseñanza secundaria. En efecto, entre el egreso del ciclo
primario y la incorporación a la vida activa o el ingreso en la
enseñanza superior, se decide el destino de millones de jóvenes,
varones y niñas. Y es ése el punto flaco de nuestros sistemas
educativos, por un exceso de elitismo, porque no logran canalizar
fenómenos de masificación o porque pecan de inercia y son
refractarios a cualquier adaptación. Justamente cuando los jóvenes
se enfrentan con los problemas de la adolescencia, cuando en cierto
sentido se consideran maduros pero en realidad sufren de una falta
de madurez y el futuro suscita en ellos más ansiedad que
despreocupación, lo importante es ofrecerles lugares de aprendizaje y
de descubrimiento, darles los instrumentos necesarios para pensar y
preparar su porvenir, diversificar las trayectorias en función de sus
capacidades, pero también asegurar que las perspectivas de futuro no
se cierren y que siempre sea posible reparar los errores o corregir el
rumbo.
Comisión formuló las siguientes recomendaciones:
• desarrollar una política extremadamente dinámica en favor de la
educación de las niñas y las mujeres, conforme a la Conferencia de
Beijing (septiembre de 1995);
• utilizar un porcentaje mínimo de la ayuda para el desarrollo
(una cuarta parte del total) para financiar la educación; este
cambio en favor de la educación debería también producirse en
el nivel de las instituciones financieras internacionales y, en
primer lugar, en el Banco Mundial, que desempeña ya una función
importante;
• desarrollar mecanismos de «trueque de deuda por educación»
(debt-for-education swaps) con objeto de compensar los efectos
negativos que tienen las políticas de ajuste y la reducción de los
déficit internos y externos sobre los gastos públicos de educación;
• difundir las nuevas tecnologías llamadas de la sociedad de la
información en favor de todos los países, a fin de evitar una
agudización aún mayor de las diferencias entre países ricos y pobres;
• movilizar el enorme potencial que ofrecen las organizaciones no
gubernamentales y, por consiguiente, las iniciativas de base, que
podrían prestar un valioso apoyo a las actividades de cooperación
internacional.
Estas propuestas deberían desarrollarse en un marco asociativo y no de
asistencia. Es la experiencia la que, después de tantos fracasos y
derroches, nos induce a ello. La mundialización nos lo impone. Podemos
citar algunos ejemplos alentadores, como el éxito de las actividades de
cooperación e intercambio realizadas en el plano regional. Es el caso, en
particular, de la Unión Europea.
El principio de asociación encuentra también su justificación en el
hecho de que puede llevar a una interacción positiva para todos. En
efecto, si los países industrializados pueden ayudar a las naciones en
desarrollo compartiendo con ellas sus experiencias positivas, sus
tecnologías y sus medios financieros y materiales, a su vez pueden
aprender de esos países modos de transmisión del patrimonio cultural,
itinerarios de socialización de los niños y, más esencialmente, formas
culturales e idiosincrasias diferentes.
La Comisión desea que los Estados Miembros de la UNESCO doten
a la Organización de los recursos necesarios para animar el espíritu
y las actividades de asociación propuestas en el marco de las
orientaciones que somete a la Conferencia General de la UNESCO.
La Organización lo hará difundiendo las innovaciones exitosas y
contribuyendo al establecimiento de redes sustentadas en
iniciativas de las ONG, con miras a desarrollar una enseñanza de
calidad (Cátedras UNESCO) o a fomentar las asociaciones en el
ámbito de la investigación.
Por nuestra parte, asignamos también a la UNESCO una
importancia fundamental en el desarrollo adecuado de las nuevas
tecnologías de la información al servicio de una educación de
calidad.
Fundamentalmente la UNESCO contribuirá a la paz y al entendimiento
mutuo entre los seres humanos al valorizar la educación como
espíritu de concordia, signo de una voluntad de cohabitar, como
militantes de nuestra aldea planetaria, que debemos concebir y
organizar en beneficio de las generaciones futuras. En ese sentido, la
Organización contribuirá a una cultura de paz.
Para titular su informe, la Comisión recurrió a una de las fábulas de
Jean de La Fontaine,
«El labrador y sus hijos»:
«Guardaos (dijo el labrador) de vender el patrimonio,
Dejado por nuestros padres,
Veréis que esconde un tesoro.»
La educación es todo lo que la Humanidad ha aprendido sobre sí
misma. Imitando al poeta, que elogiaba la virtud del trabajo, podríamos
decir:
«Pero el padre fue sabio
Al mostrarles, antes de morir,
Que la educación encierra un tesoro.»
1 comentario:
Excelente Documento Profesor :D
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